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viernes, 9 de septiembre de 2011

Hipertensión arterial y Nutrición

La hipertensión arterial y la influencia de la nutrición.

Por el Dr. Héctor E. Solórzano del Río

Presidente de la Asociación Hispano Americana de Nutriología Alternativa, Ortomolecular y Antienvejecimiento, A.C. Capítulo Mexicano y Profesor de Farmacología en el CUCS de la Universidad de Guadalajara



En México, sucede lo mismo que en otros países emergentes y en la mayoría de los países desarrollados donde la prevalencia de las enfermedades crónicas no transmisibles o también denominadas Enfermedades Crónicas Esenciales del Adulto (ECEA), tales como la hipertensión arterial sistémica, la diabetes mellitus tipo 2, dislipidemias y la obesidad han demostrado un crecimiento exponencial en los últimos 25 años. Esto ha causado que se supere la prevalencia de las enfermedades transmisibles en el adulto. A este cambio en la tendencia de sufrir ciertas enfermedades, se le conoce con el término “transición epidemiológica” (Guidelines Sub-Committee:1993. J Hypertens 1993; 11:905-918).

La segunda causa de muerte en los adultos a nivel nacional, son las enfermedades cardiovasculares. Y una de las más frecuentes, es la presión arterial alta, también conocida como hipertensión. Se le llama el asesino silencioso.

La prevalencia identificada de hipertensión arterial sistémica en México en el año 2000 fue del 30.05 %. Eso significa que existen más de 16 millones de mexicanos (entre los 20 y los 69 años) que sufren de este padecimiento. Según esta encuesta el 61 % de los hipertensos de este país, desconocen ser portadores de este mal (Encuesta Nacional RENAHTA, Arch Cardiol de Méx Vol 75 Núm 1/Ene-Mar 2005:96-111).

Para describir la presión arterial se usan 2 números: la diastólica y la sistólica. En general, se considera que la presión arterial óptima es de máximo 120/80 mmHg. Ahora bien cuando se sufre de hipertensión arterial sistémica, ésta puede ser primaria o secundaria.

La hipertensión esencial o primaria es aquella en la que el médico es incapaz de identificar una causa. Este es el tipo más común de hipertensión y ocurre hasta en el 95 % de los pacientes con la presión arterial alta. Cuando no se reconoce un origen identificable de hipertensión, casi siempre es el resultado de interacciones complejas entre varios factores ambientales y genéticos.

Entre estos factores, podemos encontrar los siguientes:

1.- Hiperactividad del sistema nervioso simpático.
2.- Desarrollo cardiovascular o renal anormal.
3.- Actividad del sistema renina-angiotensina.
4.- Defectos en natriuresis.
5.- Sodio y calcio intracelulares.
6.- Factores de exacerbación como la obesidad, la sal, el alcohol, el tabaquismo, ciertos fármacos, el ejercicio y el consumo bajo de potasio (Diagnóstico Clínico y Tratamiento 2008, Lange, Editorial Mc Graw Hill, páginas 371-373).

Por otro lado, la hipertensión secundaria tiene causas reconocibles. Por ejemplo, la hipertensión puede ser secundaria a una cirrosis o una enfermedad renal. Inclusive, ciertos medicamentos pueden elevar en forma temporal a la presión arterial, como en el caso de la cortisona, la prednisona y la indometacina.

Se considera que el 10 % de los casos de hipertensión arterial esencial están causados por el abuso del alcohol. El consumo excesivo de café causa un aumento temporal en la presión arterial, pero también incrementa la excreción de calcio, lo cual puede afectar a la presión. El tabaquismo hace que los fumadores tengan 10 puntos más altos hipertensión que los no fumadores.

Una dieta conocida como DASH (por sus siglas en inglés, Dietary Approaches to Stop Hipertension) acercamientos dietéticos para detener la hipertensión se recomienda ampliamente como un paso importante en el manejo de la presión arterial alta. Es una dieta baja en grasas saturadas y rica en granos integrales, frutas y verduras. También se recomienda bajar de peso en caso necesario. Las dietas altas en sal aceleran la hipertensión en todos conforme envejecen. Así que la restricción de la sal es particularmente importante para aquellos que son sensibles a la sal y para las personas ancianas (Am J Clin Nutri, 1995; 61(6 Suppl): 1360S-67S).

Los estudios indican que el ejercicio regular ayuda a conservar elásticas a las arterias, aún en los ancianos, lo cual a su vez mantiene a la sangre fluyendo y a la presión arterial baja. Las personas sedentarias tienen un 35 % de mayor riesgo de desarrollar hipertensión que los atletas. Sin embargo, los que ya son hipertensos no deben de iniciar un programa de ejercicios sin consultar a un médico.
Otra medida natural es bajar de peso. El hecho de pesar de más no nos pone en una situación de aumento de riesgo directo de sufrir de una enfermedad cardíaca, pero sí aumenta el riesgo de sufrir de hipertensión arterial sistémica.

Cada vez son más los estudios que demuestran que la fibra, tiene un papel muy importante que jugar en la prevención de las enfermedades cardiovasculares (JAMA, 1996; 275: 447-51) lo cual, es independiente de otras medidas dietéticas. La fibra disminuye las lipoproteínas de baja de densidad (conocidas como el colesterol malo) y tiene poco o ningún efecto sobre las lipoproteínas de alta densidad (el colesterol bueno).

Los factores emocionales y la tensión psicológica son precursores de la hipertensión. Un estudio encontró que el 73 % de los pacientes con hipertensión de ligera a moderada que recibieron terapia conductual, pudieron reducir sus medicamentos después de 6 semanas; y después de 12 meses, el 55 % de los pacientes ya no requirió tomar medicamentos.

Los médicos son cada día más conscientes de la gran repercusión que tiene en nuestra salud, la intoxicación crónica producida por los metales pesados. Altos niveles de cadmio tisular se han asociado clínicamente con las enfermedades cardiovasculares potencialmente fatales (J Am Med Assoc, 1996; 198: 267; Ecologist, 1971; 1: 11).

El plomo en el agua que bebemos, especialmente en las áreas de aguas suaves, puede contribuir a la aparición de la hipertensión arterial sistémica (Medycyna Pracy, 1994; 45(2): 163-70). En este caso, es muy útil recurrir al tratamiento de terapia de quelación, el cual emplea moléculas llamadas queladores para erradicar los metales pesados tóxicos en nuestro cuerpo.

Las complicaciones de la hipertensión se relacionan lógicamente con las elevaciones sostenidas de la presión arterial y las alteraciones subsecuentes de la vasculatura y el corazón o la ateroesclerosis que acompaña a la hipertensión y se acelera cuando ésta se prolonga.

Las complicaciones son a) afección cardiovascular hipertensiva, b) enfermedad vascular cerebral hipertensiva y demencia, c) nefropatía hipertensiva, d) disección aórtica y e) complicaciones ateroescleróticas.

Las manifestaciones clínicas y de laboratorio se refieren sobre todo a la afección de los órganos blanco: el corazón, el cerebro, los riñones, los ojos y las arterias periféricas.

La hipertensión esencial leve a moderada es generalmente asintomática durante muchos años. El síntoma más frecuente es el dolor de cabeza. Con el tiempo pueden aparecer síntomas como somnolencia, confusión, alteraciones visuales y en casos más graves, náuseas y vómitos.

Dentro de nuestro arsenal nutricional, contamos con un complemento alimenticio muy efectivo contra la hipertensión. Se trata de la coenzima Q-10. Este nutrimento representa una fracción mínima de los recursos nutricionales y metabólicos con los que contamos para ayudar a estos pacientes. Según un famoso cardiólogo, “es impensable practicar una buena cardiología sin la ayuda de la coenzima Q-10”. Entre las grandes ventajas que tiene el uso concomitante de la coenzima Q-10 en los hipertensos, están que no tiene efectos metabólicos indeseables, que es bien tolerada por los pacientes, que reduce el riesgo de un ataque cardíaco, de una embolia y de problemas renales. Además, está al alcance de casi toda la gente.

El American Journal of Cardiology reportó en 1985 sobre los beneficios terapéuticos de la Coenzima Q-10 en el tratamiento del angor pectoris. Después de 4 semanas de tratamiento, los pacientes sufrieron la mitad de ataques de angina e igualmente requirieron la mitad de la dosis de nitroglicerina (Am J Cardiol, 1985; 56:247).

Además de utilizar la coenzima Q-10 para el tratamiento de la angina de pecho, la hemos utilizado para el tratamiento de la hipertensión arterial. Como ejemplo puedo mencionar que en un estudio clínico, encontramos que antes del tratamiento con la Q-10, los pacientes tenían una presión arterial de 142/98. Se les administró a estos pacientes únicamente la Q-10 y dos meses después sus lecturas de la presión arterial, fueron, en promedio 126/88.

En general podemos decir con toda certeza que el magnesio es indispensable para el buen funcionamiento del sistema cardiovascular completo. El papel crítico del magnesio en prevenir la enfermedad cardíaca y las embolias es, en la actualidad ampliamente aceptado (McLean RM, Magnesium and its therapeutic uses: A review. Am J Med 96, 63—76, 1994).

Con respecto a la angina relacionada con la ateroesclerosis, la complementación con magnesio la ayuda a través de los mismos mecanismos que en el caso del infarto agudo del miocardio (Altura BM, Basic biochemistry and physiology of magnesium: A brief review. Magnes Trace Elem 10, 167—171, 1991).

En realidad, desde hace muchos años sabemos que el magnesio es muy útil en el tratamiento de las arritmias cardiacas. En la actualidad, existen muchos estudios clínicos que acumulan la evidencia de los efectos benéficos del magnesio en varios tipos de arritmias, incluyendo la taquicardia ventricular, la fibrilación atrial, las arritmias ventriculares severas y las contracciones prematuras ventriculares. En todos estos casos, encontramos niveles bajos de magnesio (Purvis JR and Movahed A, Magnesium disorders and cardiovascular disease. Clin Cardiol 15, 556—568, 1992).

Existen varios estudios clínicos que demuestran que la complementación con magnesio es muy útil para bajar la presión sanguínea. Inclusive hay algunos estudios doble-ciego (Witteman JCM, et al., Reduction of blood pressure with oral magnesium supplementation in women with mild to moderate hypertension. Am J Clin Nutr 60, 129—135, 1994).

En un estudio que realizamos hace varios años en el Programa de Estudios de Medicinas Alternativas de la Universidad de Guadalajara, pudimos ver que la vitamina C disminuye la agregación plaquetaria en los diabéticos, en quienes casi siempre se encuentra anormalmente elevada. Esto es de especial interés porque los diabéticos son propensos a las enfermedades cardiovasculares.

También hemos podido demostrar que en los pacientes con niveles plasmáticos altos de colesterol y triglicéridos que cursan con una deficiencia latente de vitamina C, se pueden restaurar estos niveles de colesterol y triglicéridos, al administrar la vitamina C en dosis y por períodos adecuados.

Si se mide la concentración de ascorbato en los leucocitos (glóbulos blancos), algunos subgrupos, en el 100 % de su población, tienen niveles subóptimos de vitamina C. Los estudios clínicos realizados demuestran que los ascorbatos están asociados con una disminución de la presión sanguínea. De acuerdo a McCarron y sus asociados en Oregon Health Sciences University, de los 17 factores nutricionales considerados, notaron que 4 fueron los que estaban significativamente relacionados con el estado de la presión sanguínea.

Específicamente, observaron que los pacientes con la presión sanguínea alta, eran más propensos a consumir menos cantidades de potasio, calcio, vitamina A y de particular importancia aquí, los ascorbatos (McCarron, D.A., Morris, C.D., Henry, H.J. and Stanton, J.L. Blood Pressure and Nutrient Intake in the United States, Science 224: # 4658, 1392-1398, 29 June 1984).

Otros investigadores han examinado la relación entre la vitamina C y la presión sanguínea en sistemas algo más sofisticados. Han encontrado que mientras los niveles de vitamina C son más altos, menor es la incidencia de la presión sanguínea alta (Yoshioka M., Matsushita T. and Chuman Y. Inverse Association of Serum Ascorbic Acid Level and Blood Pressure or Rate of Hypertension in Male Adults Aged 30-39 Years International Journal for Vitamin and Nutrition Research 54; # 4, 343-347, 1984).

Existen también algunos estudios clínicos doble ciego. Por ejemplo, un grupo de Alcorn State University en Mississippi junto con Beltsville Human Nutrition Research Center realizaron un experimento con 20 individuos tomados al azar. Los que tomaron la vitamina C tuvieron una reducción importante en la presión sanguínea. Lo cual, no sucedió en el grupo de control, es decir, en aquellos que tomaron un placebo.

Lo que más se ha difundido sobre el ácido alfalipóico, es que las probabilidades de sobrevivir a un Accidente Vascular Cerebral aumentan casi 400 % con el uso del ácido alfalipóico. Otros estudios sugieren que se puede obtener una protección similar en los casos de ataques cardíacos.

Como un nutrimento cardioprotector, el ácido alfalipóico nos da por lo menos 3 diferentes clases de beneficio. En primer lugar, ayuda a prevenir ciertos cambios indeseables en la sangre que están asociados con el fumar y la diabetes; dos de los principales factores de riesgo para sufrir de un problema cardíaco (Scheer, B., Zimmer, G. “DHLA prevents hypoxic/reoxygenation and peroxidation damage in rat heart mitochondria. Archives Biochem Biophys, 1993, 302; 385-390)

Otra forma de protección que nos ofrece el ácido alfalipóico es la normalización de la presión sanguínea. Un descubrimiento interesante es que ácido alfalipóico puede inclusive ayudar al metabolismo de las vitaminas B, tal es el caso de la tiamina y la riboflavina.

En tercer lugar, el ácido alfalipóico puede mejorar la recuperación de la función cardíaca por sí solo y también al trabajar con la vitamina E haciéndola más efectiva (Haramaki, N., Packer et al “Cardiac recovery during post-ischemic reperfusion is improved by combination of vitamin E with dihydrolipoic acid” Biochemical and Biophysical Research, 1993, Vol. 196, No. 3, 1101-1107).

En la literatura médica, se pueden encontrar varios grandes ensayos clínicos que han confirmado la capacidad de los ácidos grasos esenciales para prevenir la muerte súbita cardiaca en ambos casos, individuos presumiblemente sanos lo mismo que en pacientes que han sufrido una infarto del miocardio (De Caterina, R. et al. “Antiarrhythmic effects of omega-3 fatty acids; from epidemiology to bedside”. American Heart Journal Sept 2003; 164:420-430). En términos de porcentaje, los ácidos grasos esenciales puede reducir la incidencia de muerte súbita cardiaca hasta un 45 %.

Por otro lado, puedo afirmar que hay una buena cantidad de literatura médica que apoya el hecho de que los ácidos grasos esenciales ayudan a mantener la elasticidad de las paredes arteriales, previenen las embolias, reducen la presión arterial sistémica y estabilizan el ritmo cardiaco (Uauy-Dagach, R. & Valenzuela A. “Marine oils: the health benefits of n-3 fatty acids”. Nutrition Reviews, Vol. 54, November 1996;56 : 719-724).

La vitamina E fue aislada por primera vez en 1923, sintetizada en 1938 y se hizo accesible como complemento en 1941. El Instituto Shute le atribuía muchos beneficios cardiovasculares de la vitamina E y en 1946 encontró que un hombre con angina de pecho severa, obtuvo una mejoría completa con la suplementación de vitamina E. Hubo un caso también de una severa púrpura trombocitopénica e insuficiencia cardiaca que mejoró en forma extraordinaria con la suplementación de vitamina E. El Instituto Shute afirmaba que había tratado a más de 30,000 pacientes, pero fue criticado porque mucho de su trabajo era anecdótico y no fue controlado. Algunos de los desarrollos bioquímicos clarificados en relación a la vitamina E, incluyen su habilidad para aumentar el colesterol HDL (el bueno) cuando está bajo, inhibición de la agregación plaquetaria (como la aspirina), modulación del metabolismo del ácido araquidónico y las prostaglandinas, reducción del tromboxano A2 y beneficio en la enfermedad vascular periférica como en la claudicación intermitente. La vitamina E puede prevenir la toxicidad de las catecolaminas, conocidas como las hormonas del estrés y la formación de radicales libres. Cuando la vitamina E es deficiente, aumenta el riesgo de una cardiomiopatía asociada con la toxicidad de doxorubicina.

Una de las publicaciones de la Universidad de Harvard, The Medical Letter eliminó completamente el interés sobre los beneficios de la vitamina E durante muchas décadas. Dijeron, en aquel entonces, en 1950 que los estudios definitivos finales demostraban que la vitamina E no tenía ningún valor terapéutico para tratar enfermedades cardíacas. Hoy, estudios reportados que fueron conducidos en la misma Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard dicen totalmente lo opuesto. En un estudio, el Dr. M. Stampfer encontró que durante un seguimiento de 8 años, las mujeres que habían tomado al menos 100 U.I. de vitamina E diario durante 2 años, tuvieron un 46 % de menor riesgo de un sufrir un ataque al corazón. Esto se basó en el estudio de una población de 87,245 mujeres. El segundo estudio, en hombres, por el Dr. E. Rimm, basado en 51,529 sujetos, demostró un 37 % de menor riesgo. Se descubrió que no había (en aquella época) suficiente vitamina E en el alimento; el Dr. Stampfer estuvo tan convencido por los datos que él mismo comenzó a tomar la vitamina.

Algo muy importante es que los investigadores no encontraron efectos adversos a la salud por los complementos alimenticios de vitamina E (Lee IM, Cook NR, Gaziano MJ et al. Vitamin E in the primary prevention of cardiovascular disease and cancer. JAMA, 2005;294:56-65)